En la novela “El Nombre de la Rosa” (1.989) Umberto Eco se inspira en varias portadas
románicas para describir la de la abadía benedictina donde transcurren los
hechos y mostrarnos la impresión, temor y respeto que causan sus esculturas en
el joven novicio Adso. Su lectura nos sirve para imaginarnos lo que sentiría cualquier
hombre piadoso de la época.
Se extractan aquí las partes que se corresponden
con el portal de Moissac:
"Primer
día, Sexta, Donde Adso admira la portada de la iglesia y Guillermo reencuentra
a Ubertino da Casale"
En el segundo y tercer párrafo se realiza la
descripción de la estructura arquitectónica y ambiental del tímpano.
“Ante la entrada, que,
a primera vista, parecía un solo gran arco, destacaban dos columnas rectas y
pulidas de las que nacían dos alféizares, por encima de los cuales, a través
de una multitud de arcos, la mirada penetraba, como en el corazón de un
abismo, en la portada propiamente dicha, que se vislumbraba entre la sombra,
dominada por un gran tímpano, flanqueado, a su vez, por dos pies rectos, y,
en el centro, una pilastra esculpida que dividía la entrada en dos aberturas,
defendidas por puertas de roble con refuerzos metálicos. En aquel momento del día el sol caía casi a pico sobre el techo, y la luz daba de sesgo en la fachada, sin iluminar el tímpano. De modo que, después de pasar entre las dos columnas, nos encontramos de golpe bajo la cúpula casi selvática de los arcos que nacían de la secuencia de columnas menores que reforzaban en forma escalonada los alféizares. Cuando por fin los ojos se habituaron a la penumbra, el mudo discurso de la piedra historiada, accesible, como tal, de forma inmediata a la vista y a la fantasía de cualquiera (porque pictura est laicorum literatura), me deslumbró de golpe sumergiéndome en una visión que aún hoy mi lengua apenas logra expresar.” |
“Vi un
trono colocado en medio del cielo, y sobre el trono uno sentado. El rostro
del Sentado era severo e impasible, los ojos, muy abiertos, lanzaban rayos
sobre una humanidad cuya vida terrenal ya había concluido, el cabello y la
barba caían majestuosos sobre el rostro y el pecho, como las aguas de un río,
formando regueros todos del mismo caudal y divididos en dos partes
simétricas. En la cabeza llevaba una corona cubierta de esmaltes y piedras
preciosas, la túnica imperial, de color púrpura y ornada con encajes y
bordados que formaban una rica filigrana de oro y plata, descendía en amplias
volutas hasta las rodillas. Allí se apoyaba la mano izquierda, que sostenía
un libro sellado, mientras que la derecha se elevaba en ademán no sé si de
bendición o de amenaza. Iluminaba el rostro la tremenda belleza de un nimbo
cruciforme y florido, y alrededor del trono y sobre la cabeza del Sentado vi
brillar un arco iris de esmeralda. Delante del trono, a los pies del Sentado,
fluía un mar de cristal, y alrededor del Sentado, en torno al trono y por
encima del trono vi cuatro animales terribles. Terribles para mí que los
miraba en éxtasis, pero dóciles y agradables para el Sentado, cuya alabanza cantaban
sin descanso.”
|
“En
realidad, no digo que todos fueran terribles, porque el hombre que a mi
izquierda (a la derecha del Sentado) sostenía un libro me pareció lleno de
gracia y belleza. En cambio, me pareció horrenda el águila que, por el lado
opuesto, abría su pico, plumas erizadas dispuestas en forma de loriga, garras
poderosas y grandes alas desplegadas. Y a los pies del Sentado, debajo de
aquellas figuras, otras dos, un toro y un león, aferrando entre sus cascos y
zarpas sendos libros, los cuerpos vueltos hacia afuera y las cabezas hacía el
trono, lomos y cuellos retorcidos en una especie de ímpetu feroz, flancos
palpitantes, tiesas las patas como de bestia que agoniza, fauces muy
abiertas, colas enroscadas, retorcidas como sierpes, que terminaban en
lenguas de fuego. Los dos alados, los dos coronados con nimbos, a pesar de su
apariencia espantosa no eran criaturas del inferno, sino del cielo, y si
parecían tremendos era porque rugían en adoración del Venidero que juzgaría a
muertos y vivos. En torno al trono, a ambos lados de los cuatro animales y a
los pies del sentado, como vistos en transparencia bajo las aguas del mar de
cristal, llenando casi todo el espacio visible, dispuestos según la
estructura triangular del tímpano, primero siete más siete, después tres más
tres y luego dos más dos, había veinticuatro ancianos junto al trono,
sentados en veinticuatro tronos menores, vestidos con blancas túnicas y
coronados de oro. Unos sostenían laúdes; otros, copas con perfumes; pero sólo
uno tocaba, mientras los demás, en éxtasis, dirigían los rostros hacia el
Sentado, cuya alabanza cantaban, los brazos y el torso vueltos también como
en los animales, para poder ver todos al Sentado, aunque no en actitud
animalesca, sino detenidos en movimientos de danza extática (...) de forma
que, fuese cual fuese su posición, las pupilas, sin respetar la ley que
imponía la postura de los cuerpos, convergiesen en el mismo punto de esplendente
fulgor .”
|
“(...)
¿Qué representaban y qué mensaje simbólico comunicaban aquellas tres parejas
de leones entrelazados en forma de cruz dispuesta transversalmente, rampantes
y arqueados, las zarpas posteriores afirmadas en el suelo y las anteriores
apoyadas en el lomo del compañero, las melenas enmarañadas, los mechones que
se retorcían como sierpes, las bocas abiertas, amenazadoras, rugientes,
unidos al cuerpo mismo de la pilastra por una masa, o entrelazamiento denso,
de zarcillos? (...)
|
(...) vi una hembra lujuriosa, desnuda y
descarnada, roída por sapos inmundos, chupada por serpientes, que copulaba con un sátiro de vientre hinchado y piernas de
grifo cubiertas de pelos erizados y una garganta obscena que vociferaba su
propia condenación, y vi un avaro, rígido con la rigidez de la muerte, tendido
en un lecho suntuosamente ornado de columnas, ya presa impotente de una cohorte
de demonios, uno de los cuales le arrancaba de la boca agonizante el alma en
forma de niñito (que, ¡ay!, ya nunca nacería a la vida eterna)”